jueves, 27 de marzo de 2014

El (sorprendente) casting de Anacleto


Llevábamos ya cerca de un año haciéndonos a la idea de que Quim Gutiérrez interpretaría a Anacleto, el hijo de un famoso agente secreto, para descubrir hoy que se trataba de todo lo contrario. Anacleto en realidad es su padre, interpretado por Imanol Arias, que se reencuentra con su hijo 20 años después para envolverle en alguna clásica trama de espías.

Tiene su curiosidad, porque la sensación que dan las noticias es un poco confusa. Puede ser una buena adaptación de Anacleto desde el momento en el que está asegurada una escena rodada en el desierto (en las Islas Canarias) y que el villano de la cinta será su creador, el dibujante Vázquez, igual que en los cómics. Da buenas sensaciones en general porque entre los actores principales no sólo están Imanol Arias y Quim Gutiérrez, de lo mejor del cine español actual, sino que a la pareja tenemos que añadir a Berto Romero y a Carlos Areces en el papel de Vázquez.

El recelo llega cuando leo que la trama se centra más en la relación entre Adolfo (Quim Gutiérrez) y Katia (Oona Chaplin), que está acompañada de su hermano (Berto) y la madre de ambos (Rossy de Palma). ¿Puede ser Anacleto un secundario dentro de su propia película?

Si lo pienso, realmente me gusta la idea. No es una traslación literal, no es una idea inmediata. Siendo fiel (porque puede serlo), parece un buen ejemplo de pensamiento lateral, de darle la vuelta a una imagen predefinida. Es original, es creativo.

Pienso en otras adaptaciones al cine, y veo un patrón. La película de Superman de Donner no fue una traslación directa de los cómics de la época en la que fue adaptada. Frente a unos tebeos ligeros y juguetones, Donner y sus guionistas colocaron una capa roja a una metáfora de Jesucristo y la echaron a volar impulsada por la épica y la majestuosidad. Ahora vemos en Superman una figura trascendente de aspecto casi divino que en los 70 nadie se podía llegar a imaginar.

Pasa lo mismo con el Hulk televisivo de Kenneth Johnson. En las viñetas, un monstruo verde que centra sus aventuras en cómo de grande va a ser el enemigo al que va a sacudir. En la serie, un personaje trágico con el que los espectadores se quedaron enganchados. Influidos por la serie, desde Roger Stern y Bill Mantlo hasta Peter David, inmediatamente los guionistas de sus cómics empezaron a profundizar en su psicología y la infancia de Bruce Banner.

Si pienso en Marvel, su última ola de adaptaciones al cine ha tenido dos etapas: una experimental y otra más prefabricada. Las películas vendidas a otros estudios pertenecerían al primer grupo, mientras que las segundas pertenecen a Disney. Si pienso en Blade, en el Spiderman de Raimi o el Hulk de Ang Lee, pienso en películas casi "de autor", en la que los directores tuvieron vía libre para desarrollar sus manías artísticas a través de unos personajes que no eran suyos. Tanto en Spiderman como en Spiderman 2 se notaba el gore y la serie B que ya había en Darkman o en Evil Dead, aunque fuese maquillada dentro del aspecto aceptable que tiene que tener una película para niños. Se veían los extraños cortes entre escenas, las sobreactuaciones... Y al mismo tiempo era una película de Spiderman.

El X-Men de Bryan Singer posiblemente sea la adaptación más interesante de esta etapa. Los cómics que había que adaptar eran una space-opera muy loca mezclada con culebrones interminables, el básico "me-quiere-no-me-quiere", con trágicos soliloquios existenciales poco creíbles. Singer se centró antes en la especulación, en el "¿y si...?", que en la acción y la aventura. Hizo una película de ciencia ficción, no una película de superhéroes. A partir de esta simple premisa desarrolló dos cintas que por ese motivo estuvieron muy por encima de sus dos continuaciones, X-Men 3 y Lobezno Orígenes.

No digo que sean películas perfectas (pocas de superhéroes me lo parecen), pero son inesperadas. Sus autores intentaban hacer algo mejor que lo que cualquier director y guionista sin personalidad podría haber hecho en su lugar. El Daredevil del torpe Mark Steven Johnson difícilmente puede ser defendible, y el Hulk de Ang Lee está muy descompensado, pero aún así se les nota la libertad creativa.

Algo que no hay en Iron Man y sus sucesoras Capitán América, Thor, etc. Son películas con un guión esquemático, más previsible, un viaje campbelliano cambiando los trajes de colores. Sus directores hacen tábula rasa, pierden su estilo y parecen realmente dirigidos por otra persona por encima de ellos. El impersonal Thor de Kenneth Branagh es el que más llama la atención, pero incluso en Los Vengadores se nota que Whedon podría haber hecho una adaptación de la que habría estado más satisfecho. La excepción la veo en Iron Man 3, en la que alrededor de una hora es Shane Black en estado puro, aunque sus inquietudes artísticas estaban muy lejos del personaje que tenía en las manos.

No digo que técnicamente sean malas películas ni peores. Se trata de matices. De cuánto puede poner de sí mismo un director (y sus actores, etc.) en su película. Cuando uno va a ver El Lobo de Wall Street no quiere sólo una buena adaptación del libro, quiere ver a Scorsese cómodo, quiere ver que la ha dirigido como a él le ha salido de las narices sin tener que explicar a nadie por qué DiCaprio habla a la cámara cada dos por tres.

O tal vez no. En nuestra economía de libre mercado el público es el que decide. El público quiere más películas de Indiana Jones, quiere continuaciones de Star Wars, secuelas y relanzamientos de los grandes éxitos, quiere adaptaciones de videojuegos, de muñecos y de juegos de mesa. Es decir, que a un nivel básico tal vez lo que el gran público quiere es cine sencillo, más inmediato y previsible.

Por mi parte, no le voy a decir que no a ninguna de las dos opciones, pero le tengo más aprecio al cine que juega con los límites. Por volver a Anacleto y a Vázquez, creo que fue mucho más interesante la biografía que rodó Óscar Aibar en 2011 que (por decir alguna) el biopic de Steve Jobs formulaico y correctito que protagonizó Ashton Kutcher el año pasado.

Lo que está claro viendo la carrera del director de esta nueva película, Javier Ruiz Caldera, es que al menos no se tratará de un despropósito a la altura de El Capitán Trueno. No hay prisa de todos modos, nos queda hasta 2015 para ver el resultado.

martes, 25 de marzo de 2014

Pulpos, el Príncipe Valiente y el Capitán Trueno

Que el Capitán Trueno bebe de Príncipe Valiente no le puede extrañar a nadie. Víctor Mora comentaba en los prólogos de las recopilaciones la influencia de los mitos artúricos, y eso nos lleva inmediatamente a los documentadísimos cómics de Harold Foster. Hace años recuerdo hojear una revista donde se recopilaban varias escenas "similares" entre estos dos tebeos, y en internet hay algún comentario al respecto.

Ya me di cuenta hace tiempo de que el primer encuentro entre Trueno y Goliath se parecía bastante al primer choque entre los príncipes Arn y Val, y de que la misma estrategia de formar a un ejército en forma de cuña para derrotar a las tropas enemigas se les ocurrió casualmente a los dos personajes.

Con todo esto, de todos modos me ha impresionado encontrarme con esto:



Recuerdo que este cómic del Capitán Trueno  fue de los que más me impresionaron de pequeño. Lo miro ahora y lo entiendo perfectamente. Después de 11 cuadernillos con una trama cerrada en los que ha pasado de todo (guerra de cruzadas, la promesa de devolver un cáliz a su dueño, traiciones entre cristianos, la aparición de la belicosa Sigrid, que es la hija de un vikingo bestial llamado Ragnar, el naufragio en África, etc.), el Capitán regresa a su Cataluña natal para encontrarse un caos aún mayor. Unos encapuchados fantasmales se dedican a destruir todo lo que se encuentran y a sembrar el miedo, sin que nadie sepa que realmente son siervos del aparentemente correcto Manfredo "el negro" (¡muy sutil, Víctor Mora!). Éste tiene en una torre de su castillo encerrados al mago Morgano y en sus cimientos acuáticos a un pulpo tan grande y amenazador que los lectores no tienen tiempo ni para preguntarse qué hacen los dos en el mismo sitio.

La respuesta no viene de dentro de la propia colección, sino desde fuera: porque en Príncipe Valiente hubo uno.

Seguramente daría para repetir lo que hice con Ibáñez y el cómic francobelga, y ahí está el asunto. El Capitán Trueno no fue un cómic con profundidad ni con segundas lecturas (aunque ahora intenten dárselas), sino una loca evasión, una aventura continua aderezada con algunos toques siniestros y mucho humor tontorrón. No había ninguna pretensión más que pasar el rato, de acuerdo, ¿pero dónde está la división entre las ideas de Mora y las que Mora cogía de otros autores? ¿Cuánto hay de Víctor Mora en estos cómics, cuánto hay de un autor en su obra más famosa?

Me viene a la cabeza porque puedo hacer la comparación entre Víctor Mora y Quentin Tarantino y quedarme tan a gusto. Dos guionistas que beben de la cultura popular y desarrollan sus propias historias a partir de argumentos y detalles de narraciones que han disfrutado.

Tal vez la diferencia esté en que tanto Víctor Mora como Ibáñez no contaban con que los lectores llegarían a darse cuenta algún día.

Una última imagen. ¿Tal vez a Steranko también le influyó el pulpo gigante de Harold Foster, o tenía en la cabeza algún otro kraken?


miércoles, 19 de marzo de 2014

Sobre el fondo y la forma, "Marvels", de Kurt Busiek y Alex Ross

La ficción no es inocente. Educa, transmite ideologías, difunde éticas y morales. No existen las narraciones asépticas. En un relato, contado en el medio que sea, un escritor plantea una situación, propone un dilema que hay que resolver, o presenta unos personajes y los fuerza a evolucionar. De la resolución de los conflictos se extraen moralejas, que pueden ser tan simples como "el bien gana al mal" o tan irónicas como "no existen las respuestas fáciles".

La moraleja es parte del "fondo" del relato, que está formado por las ideas y los conceptos, la información y los argumentos a favor o en contra de la idea principal. Todo lo que se encuentra a su alrededor es la "forma": la decisión de adelantar o retrasar un acontecimiento, de detallar u omitir un suceso, de ordenar unas situaciones de una u otra forma, las palabras elegidas, los diálogos... Ésta se utiliza para mostrar el fondo según las intenciones de su autor, que puede querer expresarse de una manera comprensible, o críptica, apasionada, etc.

En el cine, la forma también incluye la banda sonora, el tipo de planos, los actores... En el cómic serían los elementos del dibujo: el estilo de la línea, las composiciones, la distribución de página, los cortes entre viñetas, el color...

Se puede disfrutar de una obra de arte fijándose únicamente en criterios formales, pero es algo que no me termina de convencer porque es un análisis superficial. Lo estético es sólo una capa externa que rodea el verdadero cogollo del proceso de comunicación entre emisor y receptor. Son los elementos éticos y culturales los que hacen de un relato algo valioso, el principal motivo por el que un autor siente la necesidad de comunicarse con su público. No se trata sólo de disfrutar con el aspecto externo (de "entretenerse" a secas), sino también de aprender información interesante, reflexiones intelectuales, lecciones morales, etc.


Todo esto viene a cuento de que el contraste entre forma y fondo me parece tremendo en Marvels. Este cómic de hace ya 20 años exploraba a los ciudadanos de a pie del universo de ficción de Marvel, caracterizados por el eterno sambenito de temer y odiar a sus superhéroes. A lo largo de sus alrededor de 180 páginas, Kurt Busiek y Alex Ross nos muestran no sólo cómo éstos pasan de la admiración al miedo y de la desconfianza a la adoración, sino también su confusión al no saber distinguir los héroes de los villanos ni a los queridos superhéroes de los repelentes mutantes. De entre todas estas personas destaca Phil Sheldon, un fotógrafo obsesionado con estos héroes (a los que llama "prodigios", "marvels") que pasa toda su vida intentando entender el significado de sus hazañas.

El problema es que Busiek se dedica a discutir el sexo de los ángeles. Sus reflexiones (las de Phil Sheldon) sobre los héroes y la incomprensión que sufren son aplicables únicamente dentro de este universo de papel y no encuentran ninguna equivalencia en nuestro mundo. Como lectores, ni se nos echa nada en cara ni se nos hace reflexionar sobre ninguna realidad a nuestra alcance. O al menos prefiero pensar que Busiek no tiene en mente transmitir un mensaje, porque la evolución del protagonista, desde la inseguridad a la admiración y de nuevo a la inseguridad hacia estos personajes de colores brillantes, no sería nada ejemplarizante.

Phil Sheldon, como el personaje débil que es dentro de la historia, comienza aceptando su lugar entre los últimos eslabones de la escala social. Asume su inferioridad y su papel de simple espectador. No intenta ponerse a la altura de sus ídolos ni arrebatarles su puesto en la élite. Ni siquiera los toma como modelo a imitar para realizar él buenas acciones en la medida de sus posibilidades. Phil Sheldon representa una de las sumisiones al statu quo más exageradas que ha habido en un cómic, una sumisión donde su único margen de iniciativa y creatividad consiste en mercantilizar la existencia de estos superhéroes publicando recopilaciones de las fotos que les ha hecho.

Prefiero pensar que Busiek no pretendía transmitir ninguna actitud ante la vida a creer que el párrafo anterior son sus verdaderas intenciones. Esto quiere decir entonces que nos encontramos con un cómic sin significado, y esto choca no porque se le exija que tenga uno, sino porque este cómic aparenta las pretensiones de ser profundo. Intenta parecer algo diferente al resto, algo superior a la media. No es una peleílla de buenos contra malos, sino una épica búsqueda del valor del superheroísmo, un intento de honda racionalización que sin embargo fracasa.


Marvels ha encandilado a los lectores durante años en realidad gracias al estupendísimo envoltorio que cubre todo este vacío. Por una parte, Busiek y Alex Ross se apartan de la dirección artística predominante de los molones años 90 para acercarse al candor y la ingenuidad que ahora vemos en las primeros décadas de la editorial. Por el otro, trufan este cómic de interminables huevos de pascua destinados al grupo de coleccionistas fieles a los cómics Marvel.

Un lector poco entrenado seguramente no pueda apreciar el encomiable esfuerzo de estos autores por imbricar los cuatro números dentro de las tramas argumentales de la historia de Marvel. Que se desubique, qué remedio, algunos relatos no pueden estar obligados a subordinarse al gran público. Ese lector puede que no le encuentre la gracia a descubrir que el cartero Lumpkin fue pretendiente de Doris, al peluche de Xemmu que sujeta una niña o a ver a Danny Ketch descrito como "un niño normal"; puede que no se dé cuenta de que Clark Kent asiste a la rueda de prensa de la Antorcha Humana o que la Merry Marvel Marching Society vitorea en la boda de los Cuatro Fantásticos. Todos este tipo de detalles son suculentos regalos destinados únicamente al Fiel Creyente que disfruta con los guiños, las curiosidades y otros tipos datos inútiles.

Busiek desarrolla un guión complejo en lo que se refiere a detalles y referencias, pero la verdad es que no puede evitar que le eclipse el genio de los pinceles que le acompaña. Las depuradas pinturas de Alex Ross se mueven en un estilo poco habitual dentro del cómic americano mainstream, pero no es sólo eso. Llama la atención por la originalidad, pero también por la inteligencia con las composiciones de página, con el color, la iluminación, las posturas de los personajes, su gestualidad, el vestuario, los fondos... Hay un irónico efecto no buscado que es de los mejores elementos de este cómic. Mientras que el estilo casi fotográfico de Ross intenta bajar a los superhéroes a nuestra altura y darnos un punto de vista más costumbrista, lo cierto es que por su estatismo y sus imponentes posturas éstos más bien parecen esculturas de dioses antiguos. Lo que consigue de hecho es que la separación entre superhéroes y personas normales crezca aún más. Los devuelve a su esfera de seres superiores de la que es difícil sacarles.

Si Marvels escapa de la irrelevancia es porque se trata de un trabajado fanservice hiperbólico destinado al exclusivo club de acumuladores de cómics de superhéroes... y no es una crítica negativa. El problema viene cuando debajo de todo este gran pasatiempo no existe un poso que le dé sabor, cuando no hay realmente ninguna historia que contar.